Estaba pensando en la conversación que hemos tenido antes. En la que prácticamente ha sido un monólogo que hacías y yo asentía con miedo a que si abría la boca; comenzaría a llorar. Sé que es ridículo, ni siquiera hay una especie de unión entre mis labios y los lagrimales, pero sé que cualquier movimiento en falso, cualquier intento de pronunciación o sonido que intentase, haría estallar algo en mis ojos y comenzaría a llorar. Esto es así.
Ahora me vienen todas las palabras, de golpe, una detrás de otra, vienen con tanta rapidez que es como si pasara un tren de carga a toda velocidad delante de mí. Siempre he odiado esa sensación; el sonido sordo que produce, el viento que parece atropellarte, la vista borrosa de ver cómo algo va sucediendo y no para, como me quedo quieta.
Pues así están pasando todas y cada una de las palabras que no dije por mi cabeza, me sobrecarga, es como si estuviese en medio de la vía y no pudiese hacer nada.
No poder hacer nada, qué asquerosa sensación. Creo que era eso lo que sentía en la mayor parte del tiempo entre que tú hablabas y me mirabas: no puedo hacer nada.
Creo que lo mejor para nosotros será que... Yo veía cómo removías el café, como esa diminuta cuchara plateada daba vueltas entre el líquido marrón, ese tilinteo que presagiaba tus últimas palabras de igual manera que un tambor. No quiero escucharlas.
Por favor, di que lo mejor para nosotros sea que paguemos la cuenta y nos vayamos a casa, que lo mejor para nosotros sería echarnos una siesta, que eso nos vendría bien. Por favor, di cualquier cosa excepto lo que vas a decir, por favor.
Por f...Sigamos nuestros caminos por separado.
Has dejado de mover el café, y yo ya no puedo seguir mirando tus manos, ni la mesa, ni nada que esté allí, porque tú estás ahí y sé que será la última vez. Me hierve la cara, o quizá sean las lágrimas que me queman al pasar, no quiero ponerme a pensar si ya estoy llorando o solo lo imagino y lo siento como si sucediera.
No puedo más.
Sigues hablando y no sé por qué lo sigues haciendo, en la cafetería todo sigue con su ritmo normal, pero yo noto que funciono a cámara lenta. Escucho cada frase tuya como si fuesen sílabas, como si estuvieses deletreando letra por letra, cuchillo por cuchillo.
Estoy sentada y un tren pasa a toda velocidad ante mí.
Los vagones se juntan y parece verse uno muy largo.
El ruido me agobia, el aire me planta más en el asiento.
Deseo levantarme y marcharme lejos del tren.
Pero nunca termina,
sigue pasando,
y si intento ver el final del tren,
ya no sé si es ahí donde termina
o donde comienza.
Quiero morir.
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Este texto lo escribí a las 5:13 de la madrugada, una noche que me desperté y no pude volverme a dormir porque las palabras gritaban en mi cabeza. Así que les hice caso y las escribí.