19 abr 2016

A toda velocidad

Estaba pensando en la conversación que hemos tenido antes. En la que prácticamente ha sido un monólogo que hacías y yo asentía con miedo a que si abría la boca; comenzaría a llorar. Sé que es ridículo, ni siquiera hay una especie de unión entre mis labios y los lagrimales, pero sé que cualquier movimiento en falso, cualquier intento de pronunciación o sonido que intentase, haría estallar algo en mis ojos y comenzaría a llorar. Esto es así.

Ahora me vienen todas las palabras, de golpe, una detrás de otra, vienen con tanta rapidez que es como si pasara un tren de carga a toda velocidad delante de mí. Siempre he odiado esa sensación; el sonido sordo que produce, el viento que parece atropellarte, la vista borrosa de ver cómo algo va sucediendo y no para, como me quedo quieta.
Pues así están pasando todas y cada una de las palabras que no dije por mi cabeza, me sobrecarga, es como si estuviese en medio de la vía y no pudiese hacer nada. 

No poder hacer nada, qué asquerosa sensación. Creo que era eso lo que sentía en la mayor parte del tiempo entre que tú hablabas y me mirabas: no puedo hacer nada.

Creo que lo mejor para nosotros será que... Yo veía cómo removías el café, como esa diminuta cuchara plateada daba vueltas entre el líquido marrón, ese tilinteo que presagiaba tus últimas palabras de igual manera que un tambor. No quiero escucharlas. 
Por favor, di que lo mejor para nosotros sea que paguemos la cuenta y nos vayamos a casa, que lo mejor  para nosotros sería echarnos una siesta, que eso nos vendría bien. Por favor, di cualquier cosa excepto lo que vas a decir, por favor. 
Por f...Sigamos nuestros caminos por separado.
Has dejado de mover el café, y yo ya no puedo seguir mirando tus manos, ni la mesa, ni nada que esté allí, porque tú estás ahí y sé que será la última vez. Me hierve la cara, o quizá sean las lágrimas que me queman al pasar, no quiero ponerme a pensar si ya estoy llorando o solo lo imagino y lo siento como si sucediera.
No puedo más.
Sigues hablando y no sé por qué lo sigues haciendo, en la cafetería todo sigue con su ritmo normal, pero yo noto que funciono a cámara lenta. Escucho cada frase tuya como si fuesen sílabas, como si estuvieses deletreando letra por letra, cuchillo por cuchillo.

Estoy sentada y un tren pasa a toda velocidad ante mí. 
Los vagones se juntan y parece verse uno muy largo. 
El ruido me agobia, el aire me planta más en el asiento. 
Deseo levantarme y marcharme lejos del tren. 
Pero nunca termina, 
sigue pasando,
 y si intento ver el final del tren, 
ya no sé si es ahí donde termina 
o donde comienza. 
Quiero morir.

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Este texto lo escribí a las 5:13 de la madrugada, una noche que me desperté y no pude volverme a dormir porque las palabras gritaban en mi cabeza. Así que les hice caso y las escribí. 

15 abr 2016

Diario visual || Día 6 y 7



Día 6: Recuerdo que era lunes y que tenía muchas ganas de la publicación de Albanie en su blog El Nido sobre el curso de creatividad, que si no sabéis de lo que hablo y tenéis curiosidad, podéis echarle un vistazo al índice de contenidos del curso aquí.

No recuerdo nada más de ese día, han pasado justo dos meses, así que mi memoria se limita a lo superficial.



Día 7: Era martes y acababa de salir de natación, justo en esta parada de bus no hay parada (qué ironía) por lo que te tienes que quedar de pie o como hago yo siempre, me siento en el suelo a riesgo de que me echen dinero (bienvenido sea). Recuerdo estar sentada mirando el móvil y de repente unos zapatos de señor se me pusieron delante, no os asustéis, no eran unos zapatos flotantes ni me pusieron zapatos delante de la cara, esos zapatos iban acompañados de unos pies de señor junto con unas piernas y en definitiva de un cuerpo humano de un hombre. No levanté la cabeza para ver quién era, yo ya pensaba que sería un friki o alguien que quería saber una calle o la hora y no conocía los espacios de intimidad. Yo seguí mirando mi móvil a pesar de que ese hombre estaba a pocos centímetros de mí, si quería algo que lo dijera, pero se mantuvo en silencio. Al final acabé rindiéndome y levanté la cabeza. Era un conocido, aunque desconozco su nombre, que conduce autobuses, cojo tantos que al final te quedas con las caras y los demás con la tuya. ¿Qué? ¿Para casa ya? me dijo. respondí. Lo conocí un día que quería coger el bus, estaba en un cruce y el semáforo estaba en rojo, veía cómo se acercaba el bus y me estaba muriendo de rabia ya mismo, cuando pasó el cruce el conductor me miró y leí en sus labios y en sus gestos "¿Vas a cogerlo?" y yo debí saltar, asentir y exagerar con mi cabeza y mis manos. El autobús paró en la parada aunque no hubiese nadie y se esperó a que mi semáforo se pusiera en verde y cruzara la calle para cogerlo. Le di las gracias al subir. Después ese mismo día pero horas más tarde, volví a coger el bus para volver a mi casa, cogí exactamente el mismo bus, ya que el conductor me dijo "¡Hola de nuevo!" cuando lo miré me quedé unos segundos pensando, "Ah, ¡qué casualidad!" le dije. Y desde entonces, siempre que coincidimos en el autobús nos saludamos y nos contamos un poco la vida. Sé que viaja mucho, que ha visitado Japón, Dubai y la India (sin contar los típicos países) y que hace submarinismo. La cosa es que ese día lo vi en la calle, y se me hacía raro verle sin que estuviera conduciendo. El uniforme lo llevaba. Yo no me levanté a darle dos besos ni hice esas cordialidades porque no me apetecía y en definitiva, no le conocía tanto, no sé ni cómo se llama ni sabe cómo me llamo yo. 

Curiosidad: ayer yendo por la calle vi pasar un bus y era él quien conducía (me ha pasado varias veces ya), cuando pasa esto levanto los brazos y los empiezo a mover para que me vea. En el momento justo que me ve y me reconoce los empieza a mover también aunque los tenga en el volante. Es como despedirse de alguien pero sabiendo que lo acabarás viendo de nuevo, aunque no sabes cuándo.