Les digo que bajo mi casa hay un kebab buenísimo y solo con escucharme un par de segundos ya desean probarlo. Aunque a ellos les gusta más la oferta de bravas con cuatro quintos (las bravas que no falten). No hace nada de frío y yo estreno mi poncho abierto o bufanda ancha, o como ellos han llamado: cortinas, alfombra y la manta de la abuela.
M. está enfermo pero bebe todo lo que le pongamos, George se ha teñido de rubio grisáceo y le queda jodidamente bien. Á está como siempre.
Entramos al karaoke y me pongo a gritar, suena Salir de Extremoduro. Ponen mil canciones más, ellos invitan a cerveza y sangría, después nos tomamos un chupito cada uno. Al final entre todos nos terminamos las jarras de M. porque está peor de como había venido.
Llego a casa tarde y me siento bien, nada mareada. Espero que M. sepa llegar a su casa.
Curiosidad: creía en un primer momento que los tres me cabrían en la misma página, cuando vi que no había espacio para M. dije ¡al diablo! en la página de al lado. Y la verdad es que me gusta mucho cómo la línea del margen lo separa y que justamente esté con el móvil, es como si él mismo se excluyera del resto por utilizarlo. (Voy a ser justa y decir que él no es de estar con el móvil cuando está acompañado, casualmente lo tenía en ese momento).