Todo empezó por marzo de hace muchos años, cuando tenía unos dieciséis o diecisiete años y podía salir por la noche hasta las tantas, o más bien no se enteraban de que salía por las noches y por eso podía volver a primera hora de la mañana. Recuerdo mentir a una amiga de que no me apetecía salir esa noche, pero en realidad sí que me apetecía, pero no con ella sino con un chico que me volvía loca. Luego esa misma noche, cuando me fui a un callejón a mear me encontré a esa amiga meando, menos mal que ella estaba lo suficiente borracha como para no enfadarse conmigo por la mentira y lo único que se le ocurrió decir fue serás pillina. Ella se acopló con nosotros y estuve toda la noche pensando en si decirle algo a ese chico o no. No dije nada. Al día siguiente volví a salir con él y sus amigos, había una especie de verbena en la calle, mi amiga y yo nos emborrachamos con vodka de caramelo, me dije que esa noche sería valiente y le diría al chico que me gustaba. Cuando fui a buscarlo se había ido a su casa, eso me dijeron sus amigos, y yo me puse a llorar. Me senté en la acera de la calle y me puse a llorar. Después vomité todo el vodka de caramelo y mi amiga me recogía el pelo mientras repetía ay, el amor.... La siguiente noche era San Patricio, y volví a salir con él y sus amigos, todos llevaban sombreros enormes de color verde y yo quería tener uno, por muy ridículo que fuese. Vimos fuegos artificiales y pensé esta noche es la noche, esta noche se lo diré, hubo un momento en que estuvimos a solas, él me acompañó hasta mi casa, pero en todo ese trayecto estuvimos en silencio, aunque yo en mi cabeza estaba díselo, díselo, díselo... pero no le dije nada, creo que un ¿estás bien? o algo así, él asintió y fin de la noche. No volví a quedar con él ni volví a decirle nada.
Un par de años después, vuelve a ser San Patricio, y yo recuerdo al chico este y me pregunto qué será de él, me río de lo indecisa que fui y lo acobardada. Me llega un mensaje al móvil: ¿Hacemos un trío esta noche? y yo respondo Sí. Aunque en realidad no quiero, no quiero acostarme con nadie esta noche, pero digo que sí porque quiero que piense que soy una atrevida, que no me acobardo de nada. Llego a su casa y abre una página en la que hay un montón de tíos que según él, quieren acostarse conmigo. Elige uno, y yo voy perfil por perfil leyendo las biografías de cada chaval. Si tuviese que escoger, me gustaría uno que no tuviese faltas de ortografía y que fuese un poquito interesante. Él me dice que para qué, que elija uno ya. Vuelvo a mirar y elijo el que menos asco me da. Él le da la dirección de la casa y yo me pongo nerviosa. Me dice que no me enamore del tío ese, que quiere que sea solo de él. Sonrío y le digo que no lo haré. Pasan las horas y nadie viene. Él se enfada. Yo me alegro. Por dentro, sin demostrarlo. Duermo con él, aunque en realidad no duermo nada esa noche. Me quedo pensando que ya no quiero saber nada del que está a mi lado. Que no puedo. No quiero. Cuando salgo de su casa por la mañana, a escondidas, sin hacer ruido, es la última vez que piso su casa, y decidí en ese momento que sería también la última vez que lo viese. Aunque en ese momento me dolía solo con pensarlo.
Al año siguiente salgo con unos amigos y veo que por las calles todos tienen sombreros enormes de color verde. Es San Patricio me dicen. Y recuerdo con nostalgia mis últimos San Patricios. El que fui tan cobarde de no decir lo que sentía, el que decidí en no repetir y caer en algo que me hacía daño. Qué será de esa gente, me digo.
Hoy vuelve a ser San Patricio y me siento bien. Puede que un poco cobarde. Pero ya no tan tonta, de eso estoy segura.